miércoles, 20 de febrero de 2013
LA UTILIZACIÓN DEL FUEGO
El paradigma arqueológico acepta una serie de evidentes ventajas adaptativas que forman parte del bagaje tecnológico que representa el control y producción del fuego. Éste constituyó un elemento esencial en el Pleistoceno cuyo uso controlado permitió avances en los modos de vida y mejoras en las estrategias de subsistencia de los homínidos. Es obvio que su descubrimiento y utilización supuso una fuente de energía calórica y lumínica con mejoría de calidad de vida que permitió la cocción y conservación de alimentos. Como fuente de luz, aumentó el tiempo disponible, convirtiéndose en un elemento defensivo frente a animales predadores y como posible estrategia de caza. El campamento-hogar se transformó en un importante centro social, el lugar ideal para proyectar la caza, la recolección y distribuir tareas -elemento socializador-. Concentró a los miembros del grupo, con aumento de actividad social, comunicación e intercambio, estimulando la actividad mental indispensable del desarrollo humano organizado; donde el progreso del lenguaje debió igualmente jugar un importante papel. Los penachos de humo fueron un medio de localización de los grupos en el paisaje que ayudó a mantener los lazos de unión entre diferentes grupos de gran movilidad reforzando las redes sociales, imprescindibles para su supervivencia genética. En definitiva, entró a formar parte de su propia forma de vida y el bagaje tecnocultural del fuego, constituyó desde ese momento una parte esencial del hombre.
Es aceptada la premisa que diferencia entre «usar» el fuego (un hallazgo quizá más antiguo) y «producirlo» un avance técnico diferente (posiblemente posterior). Dos etapas diferentes con escala temporal desconocida inicialmente con obtención del mismo en los incendios naturales, conservándolo, y otra posterior distinta, con producción a voluntad. Desde sus inicios, el control del fuego ha estado vinculado al procesamiento de los alimentos, enriqueciendo con sus propiedades térmicas las cualidades nutricionales de algunos de ellos o facilitando la digestión de otros. Algunos autores, incluso, han sugerido que el uso sistemático del fuego para asar los alimentos contribuyó a la transformación de los enzimas estomacales de los homínidos. Aparte de otorgarle al fuego este valor defensivo y culinario, su valor esencial como fuente de luz y calor, adquiere durante el Pleistoceno una especial relevancia. El fuego no sólo ayudó a preservar a los homínidos del frío, sino que además, contribuyó con su luz a que el día se alargase, de manera que los homínidos ya no dependían exclusivamente de la luz solar para realizar sus actividades domésticas, sino que podían hacerlas a la lumbre de un hogar. Por tanto, el tiempo de luz para los grupos que controlaban el fuego era mayor. Como fuente de luz, el fuego es un focalizador de actividades. En los yacimientos donde se registra un uso “continuado” del fuego, las actividades domésticas tienden a concentrarse alrededor de los hogares. Esto facilita el desarrollo de vínculos sociales entre los miembros del grupo, de tal manera que algunos investigadores han sugerido que este elemento facilitó el desarrollo del lenguaje articulado.
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